sábado, 27 de noviembre de 2010

LA TIRANÍA DE LA VERDAD: LA UTOPÍA DE NO PENSAR

Quizá la tarea del que ama a los hombres consista
en lograr que éstos se rían de la verdad, lograr que
la verdad ría, porque la única verdad consiste en
aprender a librarnos de la insana pasión por la verdad.

Umberto Eco



Durante toda la Historia, el hombre se ha dedicado a construir, “ideales” que satisfacían en mayor o menor grado el mayor de sus deseos: la verdad. La verdad es la novia esquiva y escurridiza de toda filosofía, de toda ciencia y, en general, de toda disciplina que quiera ser tomada en serio. Y mientras los hombres o, mejor dicho, algunos hombres se dedicaban a “diseñar” ideales y utopías cada vez más perfectas, más consistentes, más irreprochables, otros se dedicaban a vivir o, mejor dicho, en la mayoría de los casos, a malvivir. Siempre ha habido ingenieros y peones de albañil. Así, la verdad (o la necesidad de seguridad si somos más considerados, aunque algunos no lo merezcan) es una señorita de la alta sociedad que da un gran caché a quien la tiene por amiga. El problema es que la verdad nunca ha sido cosa de este mundo y, por tanto, cada utopía levantada siempre ha quedado fuera del espacio, del tiempo y, sobre todo, de la vida y del ser humano.

Es irreprochable, en este sentido, la pretensión de algunos pensadores -los pensadores de la sospecha, por ejemplo- de querer traer la verdad al seno de la tierra y no dejarla en manos de un Dios que, más que un Dios es, como dice Nietzsche, “una falta de consideración con nosotros los pensadores. Diré más: es una prohibición intolerable; la prohibición de pensar”. Pero, me temo que no hay pretensión de verdad que no quiera ser absoluta, y en cuanto ocurre esto, la nueva verdad propuesta se convierte en una tirana como su predecesora. Casi todos los filósofos, se han dedicado a fundamentar nuevas utopías, nuevas verdades que sustituyeran a las anteriores. Y en toda utopía, está la pretensión de devolver al hombre la dignidad que la tiránica verdad anterior le había arrebatado. El verdadero problema surge cuando, a costa de la nueva verdad supuestamente salvadora y dignificadora, ruedan las cabezas de aquellos que se aferran a la antigua verdad o las de esos otros que, por una razón u otra, no son considerados como merecedores de la nueva verdad. El verdadero problema es que el hombre da más importancia a las ideas que a la vida. Lo ideal es siempre lo contrario a lo vital. Las ideas, la verdad, son siempre más acogedoras, más seguras que la vida. Así, cuando el pensamiento, o el pensar del hombre, se torna en disciplina, es decir, quiere ser tomado en serio, quiere ser válido para todos y para siempre, quiere responder definitivamente a todas las preguntas, quiere ser verdad, entonces los hombres quedan postrados y la vida queda reducida a la normatividad que impone la disciplina. Es lo mismo que se hizo con los dioses, en cuanto se les dio el estatus de verdad tuvimos que cargar con ellos, en cuanto se pretendió que esa creación humana, demasiado humana, fuera inapelable, totalmente firme y segura…el ser humano agachó la cerviz y se postró. Y que nadie piense que hablo de la noche de los tiempos, la frase que define nuestro ahora y que constantemente repiten nuestros electos políticos es “los mercados son inapelables”. Los dioses son camaleónicos.

Durante toda la historia, el hombre ha definido y ordenado su existencia en base a la verdad de turno, la verdad que los filósofos, los científicos, los políticos de turno,  los mercados y, en general, las supuestas mentes privilegiadas proponían. Y nadie debía o podía preguntarse si esa verdad era buena y bella, porque la verdad es, por definición, buena y bella, es el Bien, es la Belleza. Detrás de este afán de ordenación y de verdad se esconde la pretensión de hacer que el hombre se sienta culpable e incluso algo peor, que el hombre sea culpable. ¿Acaso no comiste la manzana...acaso no pediste el crédito? Siempre se ha visto la vida, y el presente como el resultado o la consecuencia fatídica de un ultraje, el ultraje que el hombre hizo a la verdad, al sistema. Expulsados del Paraíso al valle de lágrimas, expulsados de la casa por no poder pagar el crédito…en los dos casos, hay que hacer penitencia, hay que apretarse el cinturón, en los dos casos el mensaje es “eres culpable”.

Cuando Nietzsche anunciaba la muerte de Dios, se equivocaba quizás. Moría un nombre de la verdad, un ropaje, moría un ideal y surgía otro. Quizá los hombres necesitan a los dioses, a la verdad porque no admiten su soledad cósmica, no admiten ser un grupo cerrado al que no mira nadie. Primero mitos, narraciones sobre nuestro origen, después filosofía, luego la ciencia, hoy mercado…y siempre la necesidad de la verdad cuna, segura, originaria, fundamentadora. En la obra de Nietzsche el asesino de Dios, el inenarrable, es el hombre más feo del mundo. No soporta el ojo constante de Dios sobre su fealdad.

No terminamos de acostumbrarnos a la soledad y a la inseguridad. Toda filosofía, toda doctrina, toda disciplina, no pretende más que solucionar estos problemas. Yo me pregunto cómo sería la vida si realmente respondiera a una verdad última, si todos los hombres se comportaran según la verdad. Creo que no sería muy divertida, sería humillante porque la verdad es el insulto más grande que el hombre pronuncia contra sí mismo. La verdad no sólo es la prohibición de pensar, sino también la prohibición de imaginar, de crear, de ser diferente. Pero no sólo eso, yo me pregunto, si esa insana pasión por la verdad no será la máscara de otra insana pasión: la de dejar de pensar. "Para qué pensar si puedo pagar" escribía irónicamente Kant en el siglo XVIII.

En la mitología cristiana el conocimiento implica infelicidad, culpabilidad, pecado. El árbol prohibido es el árbol de la ciencia y del bien y del mal. Pessoa, escribe “Sólo son la ignorancia y la inocencia/ felices, mas lo ignoran. ¿Son o no?/ ¿Qué es, sin saberlo, ser?/ Ser, cual la piedra un lugar nada más.” Nuestra actitud no dista mucho de esta…¿acaso sabemos algo de nuestros nuevos y neoliberales dioses? Los caminos del mercado y la economía financiera -metafísica pura y dura al fin y al cabo- son inexcrutables. ¿Acaso sabemos algo ya de nosotros mismos? No sabemos nada, no queremos saber nada, no queremos pensar y pretendemos así ser más felices. “Felicidad” significa fertilidad, fecundidad. ¿Realmente la estupidez, la ignorancia, la servidumbre a verdades-prohibiciones nos hacen felices? Curiosidad, libertad, creatividad…quiero seguir buscando, eligiendo, experimentando, con la única mirada, palabra y compañía de los otros como yo, riéndonos de las verdades y los dioses. Quiero seguir pensando, quiero ser feliz, fértil, fecunda. A ver si así dejamos de parir con dolor tantas verdades, tantos engendros.

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