Allí estaba la montaña,
vieja, viva, impasible.
Arropándose entre la niebla
no quería dejarse ver.
Pero tú y yo echamos a andar
aún sin poder mirarla, sin ver a dónde.
Cada dudoso paso me pesaba en las piernas,
me pesaba en este pecho mío de extraños laberintos.
Y cuando la niebla se me estaba ya metiendo dentro
Me dijiste “ven, mira, ya estamos en la cumbre”
Un último paso, una mirada y antes de recuperar el resuello…
aquel todo inmenso y salvaje se me vino a los ojos…
llenó mi pecho…
Y ya no hubo más nieblas